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El Muralismo




Aunque la iniciativa de los artistas mexicanos por pintar sobre los muros de edificios públicos surgió desde 1910, el movimiento muralista arrancó en la década de 1920, legitimándose con la Revolución mexicana. El muralismo mexicano tuvo su periodo de producción más prolífico en el periodo comprendido entre 1921 a 1954. A pesar de ser un movimiento plástico con diferentes etapas, mantuvo como constante el interés de los artistas por plasmar la visión social que cada uno de ellos tenía sobre la identidad nacional.

                                                          EL MURALISMO



La primera fase del muralismo en México se enmarca durante la presidencia del general Álvaro Obregón. Con la llegada de José Vasconcelos a la Secretaría de Educación Pública, se impulsó un nuevo proyecto cultural y educativo. Al término de la lucha revolucionaria la iniciativa pudo llegar a buen puerto y abrir uno de los capítulos más importantes en la historia de la cultura mexicana, cuando Roberto Montenegro realizó el mural El árbol de la vida, en el ex Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, hoy Museo de la Luz. En esta primera etapa, se abordaron temas relacionados a la naturaleza, la ciencia y la metafísica. En la segunda fase del movimiento, identificada entre 1934 y 1940, como consecuencia del contexto político nacional, el muralismo entró en una etapa de reflexión. Los artistas sostuvieron intensas discusiones sobre los caminos que en ese momento debería tomar el muralismo; fue así que se fundó la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y el Taller de la Gráfica Popular, ambos con la intención de mantener en el movimiento muralista, un arte comprometido con las masas obreras y campesinas. La política interior asumida por el gobierno cardenista, así como la política externa con una clara oposición al fascismo, influyó en que los pintores jóvenes, que no participaron directamente en la Revolución, se relacionaran con ella viéndola como el símbolo de un cambio internacional, por lo que entendieron el movimiento revolucionario no sólo como una lucha armada interna, sino como parte de una revolución mundial. Razón por la cual, en esta etapa se adoptó un discurso nacionalista y revolucionario. El muralismo, escribió Carlos Monsiváis, ayudó a configurar la imagen de un país unificado y a difundir los ideales del México postrevolucionario. Los muralistas pintaron en las paredes de recintos emblemáticos como la Escuela Nacional Preparatoria (Antiguo Colegio de San Ildefonso), la Secretaría de Educación Pública y el Palacio Nacional. A partir de este momento, la creación de murales en diferentes recintos públicos tuvo un importante impacto, tanto por la necesidad de hacer prevalecer los valores revolucionarios y postulados sociales, como por mantener una cierta unidad artística, lo que generó que el movimiento alcanzara su momento más alto. Aunado a esto, empresas de iniciativa privada como hoteles y bancos, comenzaron a encargar a diferentes artistas, producción de murales para sus edificios. De esta manera, hubo poco a poco una modificación en los contenidos de las obras, algunos artistas comenzaron a omitir aspectos de la lucha revolucionaria para abordar temas más generales; así se dio origen a la tercera y última fase del muralismo, en la que se ampliaron los horizontes de acuerdo a los intereses de cada artista, aunque sin duda, prevaleció la intención de mostrar un compromiso social y político y una intención por exaltar el arte popular, el pasado indígena y lo mexicano. La mayor parte de las obras que fueron creadas específicamente para los muros del Museo del Palacio de Bellas Artes forman parte de las dos últimas fases del movimiento, caracterizada por la consolidación del muralismo con un definitivo reconocimiento y amplio apoyo por parte del gobierno. Se trata de los murales de Diego Rivera y José Clemente Orozco, realizados expresamente para la inauguración del recinto. La etapa que abarca de 1940 a 1954, se distinguió por una gran producción muralística, reflejó el cambio de rumbo que tomó el país con el auge industrial y las aspiraciones de progreso y modernidad, tal como se puede apreciar en las obras de David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo. Los murales del Museo del Palacio de Bellas Artes reúnen los nombres de los más destacados pintores de este arte de carácter social, pero también se suman Rufino Tamayo, Jorge González Camarena, Manuel Rodríguez Lozano y Roberto Montenegro, cuyas obras ofrecen una visión más completa del movimiento muralista mexicano.





Diego Rivera 1886-1957









 JOSÉ CLEMENTE OROZCO (1883-1949)



Nacido en Jalisco, estudió Agronomía e ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes (enba), donde fue alumno de Gerardo Murillo, el doctor Atl. Trabajó como ilustrador en periódicos revolucionarios, realizó murales para algunas escuelas y universidades estadounidenses, y en 1932 viajó por Europa. Entre 1936 y 1939 se consagró a la factura de las que muchos críticos juzgan sus mejores obras: los frescos de la Universidad de Guadalajara y las pinturas de la ex capilla del Hospicio Cabañas. Su postura artística denota una fuerte inclinación por el arte barroco, el expresionismo alemán y la obra del pintor francés Henri de Toulouse-Lautrec. Sobre él, Octavio Paz escribió: “El hombre que aparece en su pintura es un victimario y también una víctima. De ambos modos provoca JOSÉ CLEMENTE OROZCO (1883-1949) nuestra ira y nuestra piedad”





DAVID ALFARO SIQUEIROS 1896-1974

Originario de Ciudad Camargo, Chihuahua, estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y a los dieciséis años se enlistó para luchar en la Revolución, a las órdenes del general Diéguez. Por su actividad política y sindical estuvo preso en varias ocasiones (incluso planeó el atentado fallido contra Trotsky en 1940). Viajó por Latinoamérica y Estados Unidos, en donde estableció un taller experimental al que Jackson Pollock asistió como alumno. Siqueiros pensaba que si la pintura estaba destinada a generar el cambio, entonces debía hablar el lenguaje de su tiempo. Por ello, utilizó técnicas modernas y materiales industriales –la piroxilina, las lacas automotrices y la fotografía– como apoyos en la construcción compositiva.



RUFINO TAMAYO 1.899-1091

Originario de Oaxaca, ingresó a laenba a los 18 años. Fue jefe del departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología, en donde cultivó su interés por el arte precolombino. Durante algunos años residió en Nueva York, y a su regreso a México fue nombrado director del Departamento de Artes Plásticas de la Secretaría de Educación Pública. Realizó los dos murales para el Palacio de Bellas Artes (1952-1953) a su regreso de Estados Unidos y Europa. En contraste con el realismo social de otros muralistas, la obra de Tamayo se constituye como un leguaje poético logrado a través de ritmos y destellos de color. Para él, la pintura debía buscar expresar la complejidad de la raza mexicana, no a través de apariencias y narraciones nacionalistas sino indagando en la esencia de las formas, colores y proporciones.




MANUEL RODRÍGUEZ LOZANO 1896-1971

Su orientación autodidacta lo llevó a viajar por Europa entre 1914 y 1921, donde entró en contacto con los movimientos de vanguardia de tendencia neoclásica. Fue profesor de dibujo y jefe de la Dirección de Dibujo en la Secretaría de Educación Pública. Durante su gestión como director de la Escuela Nacional de Artes Plásticas fue acusado injustamente por el robo de cuatro grabados de Guido Reni y Alberto Durero de la Biblioteca de la antigua Academia de San Carlos, y encarcelado por cuatro meses en la entonces penitenciaría del Distrito Federal. Es autor del libro Pensamiento y cultura, publicado en 1960.





ROBERTO MONTENEGRO 1887-1968

Originario de Jalisco, estudió en la enba. A partir de 1904 pasó largas temporadas en Europa, donde tomó contacto con distintas corrientes de vanguardia como el art nouveau y el art déco. Tras su regreso definitivo a México, en 1921, José Vasconcelos le encargó la factura de diversos murales en la Secretaría de Educación Pública, la Escuela Benito Juárez, la Librería Iberoamericana y la Escuela Nacional de Maestros. Fue un promotor incansable del arte popular.


            


JORGE GONZÁLEZ CAMARENA 1908- 1980



Ingresó a la enba a los catorce años y pronto se convirtió en ayudante del Dr. Atl. Formó parte del movimiento estudiantil que en 1929 impulsó la llegada de Rivera a la dirección de la enba, así como del consejo que formuló un plan de estudios más avanzado. Preparaba sus pinturas con pigmentos naturales, inspirado en la técnica de los antiguos tlacuilos –artífices de los códices mexicas–, y creó una técnica para organizar y dividir geométricamente el espacio pictórico. Formó parte de la llamada “segunda generación de muralistas mexicanos”. Hay que destacar sus trabajos para el Castillo de Chapultepec, el Instituto Politécnico Nacional, el edificio del Seguro Social y el Museo de Antropología e Historia. Conviene matizar, asimismo, su interés por desentrañar los misterios de la teoría plástica.


Se ha tomado información en

http://museopalaciodebellasartes.gob.mx/


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